lunes, 22 de marzo de 2010

The priest... y todo lo que quiero a mi hermanito



Cada día me topo con personas que me gritan por no correr más con el coche, con personas egoistas que intentan estafar por su propio bien, con personas que sienten envidia, con personas que sienten ira...o que simplemente no sienten nada.

Entre esta rutina de ciudad, deshumanizadora, alienante... Hay quienes me reconcilian con la humanidad, con pequeños gestos... como encontrar esta canción, como escribir un cuento con su historia, como incluir en ese cuento una de las novelas más preciosas que he leído en mi vida...Como enviarme a mi este cuento.

GRACIAS Manolito, little yuden, hermanito..Gracias por tocar ese hilo del que están tejidos los sentimientos. Hagas lo que hagas, vayas donde vayas, no dejes nunca de sentir.

Con tu permiso, tu cuento...para todos...

Sobre la mesita de noche aquel libro, la sonrisa etrusca. El libro narraba la historia de Bruno, un viejo calabrés italiano. Un viejo criado en la montaña, montaña que le había apartado de los asquerosos valores consumistas de una sociedad de la que, aún siendo contemporáneo, nada sabía. Montaña que le había acercado a la vida, vida que exprimió hasta sus últimas gotas, gotas de amor y lucha, vida que ahora, comenzaba a consumirse por culpa de aquel jodido cáncer terminal al que cariñosamente denominaba “La rusca”, en homenaje a su mejor hurona conejera. Y sobre aquel libro, otro algo más pesado. Este segundo también hablaba de un hombre, un hombre más joven, pero igualmente apartado de los valores que nos alejan de sentirnos personas. Un hombre que además lucho por esos valores, y valores, que terminaron colgándole de una cruz hasta arrebatarle eso por lo que tanto lucho, la vida.
Él se llama Pedro, el zanco le decían en su niñez por aquella silueta espigada que por entonces lucía, y por sus característicos andares desequilibrados que le acompañaron siempre. Le encantaba aquella novela, la de debajo, la del viejo calabrés. Le hacía viajar a su propia montaña, la de la serranía rondeña, viajar y alejarse de aquella cama en la que desde hacía meses yacía postrado también por la rusca, viajar y olvidar aquellas cuatro paredes en las que había pasado prácticamente toda su vida.
Le encantaba aquel libro y sin embargo, no fue este el que conoció en su niñez, no fue la sonrisa etrusca la que le acercó a lo que sería su razón de ser. No fueron las certezas de aquel viejo calabrés las que le hicieron entender la profundidad del amor, amor que ahora se planteaba si alguna vez entendió en cualquiera de sus manifestaciones.
Y ahora sonríe, sonríe porque el azar había querido volver a colocar encima aquel segundo libro. El espesor de aquellas páginas pesaba sobre una retina que había conocido sus líneas como única constante en el tiempo. Seguía admirándolo, que duda cabe. Como no admirar a quien se desprende de lo material y da su vida en una lucha por la coherencia, como no admirar a quien tomó como meta. Era más bien a su propio reflejo a quien había dejado de admirar hace tiempo. Tiempos en los que se sintió estandarte de la razón, ciclón de los derechos humanos, cumbre, en la lucha por la igualdad. Tiempos en los que en plena sacristía miraba a sus oyentes, y sentía la grandeza de aquel que contribuía en hacer de este, un lugar mejor.Y le daban igual las críticas que venían de la cima jerárquica, críticas que le mantuvieron prácticamente sepultado en su templo, y de las que sin embargo, siempre presumió de ser objeto. Cuando me acusen de hacer, o decir algo que no aparezca en los escritos, entonces me arrodillaré, y pediré perdón. Recuerda que solía decir a quien le tocara hacérselas saber.
Pero los años pasaron, y las cosas, siguieron siendo igual. Dos mil habían pasado ya, y la avaricia seguía siendo el timón, dos mil y sus beatos, al igual que el resto, seguían liderando el tribunal de los prejuicios infinitos, el arsenal de la inmoralidad eterna. Dos mil años y aquella explosión que comentaban en televisión, no era más que la nieta de aquella que mató a su padre en la guerra civil, más que la madre, de la que matará a sus sobrinos en cualquier otra guerra absurda ¿acaso alguna no lo es?. Los años pasaban y sus plegarias parecían evaporarse, y en el aire, parecían no encontrar respuesta. Pasaron, y aquella niña, la hija de los vecinos de la parroquia, la que viajó a El Congo para dar su vida por los demás, terminó perdiéndola en un absurdo accidente de tráfico. Los años, y el rostro de aquella criatura parapléjica de nacimiento a la que dió la extremaunción seguía apuñalando su alma, se la seguía apuñalando mientras sus padres se preguntaban porqué, y el hablaba de la voluntad de Dios. Los años pasaron y el calor que el viejo Bruno, el calabrés, encontraba junto a la piel de aquella mujer, frente a las manos de su nietecito, le hacían sentir que se había perdido la verdadera voluntad de Dios, la vida.
Había visto suficiente, y por eso, bajo su sotana desgastada, entendió, que Dios tiró la toalla, que agonizó, y que como el estaba apunto de hacer, se había marchado de este asqueroso planeta hacía ya, demasiado tiempo


Hoy he dado con una de esas canciones que te erizan la piel, y te reconcilian con el mundo. La canción en cuestión se llama de The Priest, y me ha calado tanto, que en vez de un comentario, e terminado escribiendo este pequeño cuentecito que toma como base su argumento, distanciándose puntualmente, según lo exigieran mis dedos. En el relatillo también hago homenaje a La Sonrisa etrusca” de José Luis Sanpedro, sin duda la novela más cálida y entrañable que he leído nunca.Por cierto el compositor de la canción es Milow. Un cantautor Belga que por azares de la vida, ha saltado a la fama por una canción que un día entre amigos versionó para divertirse, una canción titulada Ayo tecnology y que si la escucháis, posiblemente todos reconozcáis.

I have seen enough, that’s why i Know, God Left this place long long, time ago

3 comentarios:

casa da poesia dijo...

...quées poesia?...

salud!

Abutita dijo...

Oid la letra!! No os lo perdais ! Es que cuanto más la oigo, más me gusta... :)

Zorro de Segovia dijo...

gran canción y mejor post ..., hoy me voy a dormir más feliz. Quizá porque no tengo 30 años menos que este pobre hombre y porque con 14 años comencé a no creer en la gran patraña. Hoy no me da pena que Dios no exista, sino que tantos hayan dedicado a él sus plegarias, y hayan consumido sus vidas mirando una fantasía creada por hombres. Qué asco de gente, ...

Besos castellanos.